Adaptación de la antigua leyenda de la
India
Hace cientos y cientos de años, todos los pájaros del
mundo eran de color marrón. Los bosques estaban poblados de aves grandes,
medianas y pequeñas, pero todas con el mismo plumaje serio y aburrido.
Esta condición no les gustaba nada. Sentían mucha
envidia del color carmesí de las rosas en primavera, del naranja intenso
de los peces payaso, del sofisticado pelaje blanco y negro de las cebras…
Estaba claro que a la hora del reparto de colores, a ellas les había tocado la
peor parte.
Un día se pusieron de acuerdo
para acabar con esta situación. Hartas de considerarse los seres más feos del
planeta, decidieron pedir ayuda a la Madre Naturaleza.
El águila,
valiente y decidida como ninguna, fue la que se encargó de solicitar una
audiencia. Dos semanas más tarde, miles de pájaros descontentos con su aspecto
fueron convocados a la mayor reunión de animales alados jamás vista hasta
entonces. Los nervios flotaban en el ambiente porque todos tenían un
ferviente deseo y esperaban que les fuera concedido.
La Madre
Naturaleza acudió al bosque y les recibió a la hora convenida. Al principio fue
complicado que reinara el silencio porque había un tremendo alboroto, pero
cuando por fin dejaron de piar, graznar, gorjear y silbar, la Madre Naturaleza
habló.
– ¡Por
favor, silencio! Me han llamado porque están disgustados con su color.
A mí me parece que el tono madera que lucís es precioso, pero si no
están conformes, vamos a intentar solucionarlo. Los llamaré uno por uno y les ruego que respeten el turno ¿De acuerdo?… ¡A ver, urraca, acércate a mí! Tú
serás la primera en hacer tu petición.
La urraca
se acercó lo más deprisa que pudo.
– Verá
usted, señora… Yo había pensado cambiar el marrón por un negro bien brillante,
salpicado con unas cuantas plumas blancas en el pecho ¿Qué le parece?
– ¡Sin
duda has tenido una idea muy acertada! ¡Vamos allá!
La Madre
Naturaleza tomó el pincel más fino que tenía, una paleta con infinitos
colores, y pintó el plumaje de la urraca hasta que quedó perfecto.
¡El
animal no cabía en sí de gozo! Extendió las alas y, entre aplausos, se paseó
estirando el cuello para que pudieran admirarle bien.
Segundos
después, un periquito chiquitín y muy espabilado dio unos saltitos y se posó en
los pies de la Madre Naturaleza.
– ¡Me toca a mí! ¡Me toca
mí!
La Madre
Naturaleza se rio con ternura.
– ¡Ja, ja,
ja! Tranquilo, pequeño. Te escucho.
El
periquito estaba muy excitado y empezó a hablar atropelladamente.
– ¡Yo
quisiera ser azul como el cielo! ¡¡Y tener la cabecita y el cuello blancos como
las nubes!
–
¡Fantástico! ¡Muy buena elección!
La Madre
Naturaleza escogió un tono tirando a añil, y como el periquito era poquita
cosa, terminó en un santiamén. El pajarillo se encontró guapísimo y se pavoneó
de aquí para allá ante un público rendido a sus pies.
Después
del periquito, le tocó al pavo real.
– ¡A mí me
resulta muy difícil escoger porque me encantan todos los colores! ¿Qué tal un
poco de cada uno?
– ¡No es
fácil lo que pides, pero me parece estupendo! Quédate bien quieto que
este va a ser un trabajo laborioso y necesito concentración.
El pavo
real contuvo la respiración y no pestañeó hasta que la Madre Naturaleza le dijo
que había terminado. El resultado fue soberbio, sin duda uno de sus mayores
logros en tantos años creando y diseñando animales por todo el planeta. Los
presentes se quedaron boquiabiertos y reconocieron que el pavo real se había
convertido en el paradigma de la elegancia y el buen gusto.
El canario
se dio prisa por ser el siguiente. Pidió un único color, pero le rogó que fuera
especial y sobre todo, bien visible desde la distancia. La Madre
Naturaleza meditó un momento y después le aconsejó basándose en su dilatada
experiencia.
– Yo creo
que el ideal para ti es un amarillo intenso ¡Creo que te sentaría bien y
te haría parecer más alegre de lo que ya eres!
– ¡Uy, qué
ilusión, así todos se acercarán a mí! ¡Con lo que me gusta tener
espectadores mientras canto!
La Madre
Naturaleza le hizo un guiño y le cubrió con un deslumbrante tono que recordaba
los limones maduros. Todos estuvieron de acuerdo en que era un color bellísimo
que realzaba el atractivo del canario.
Y así, una tras otra,
fueron desfilando ante ella todas las aves del bosque. Cuando terminó,
suspiró satisfecha por el buen trabajo realizado.
– Menos
mal que ya no queda nadie porque se han agotado los colores de la paleta. Debo decir que tenían razón ¡Con todos esos colores están mucho más bellos!
Los miles
de pájaros aplaudieron y vitorearon a la Madre Naturaleza. Estaban tan
agradecidos y tan felices… Ella, con una sonrisa de oreja a oreja, se despidió.
– Espero
que a partir de hoy se sientan más contentos. Y ahora, si me
disculpan, debo irme. Estoy agotada y creo que me merezco un buen descanso.
Empezó a
recoger los utensilios de pintura y cuando ya tenía casi todo guardado, vio un
joven y regordete gorrión que se le acercaba con cara de desesperación. El
pobre gritaba y hacía aspavientos para llamar su atención.
– Por
favor, por favor, no se vaya ¡Espere, señora! ¡Falto yo!
La Madre
Naturaleza le miró con tristeza.
– ¡Oh,
cuánto lo siento, chiquitín!… Ya no hay nada que pueda hacer… ¡No me queda
ningún color!
El gorrión
se tiró al suelo y comenzó a llorar desconsolado ¡Había llegado demasiado
tarde!
A la Madre
Naturaleza se le encogió el corazón. Era duro pensar que había ayudado a todos
los pájaros del mundo menos a uno y se sentía fatal ¿Qué podía hacer para
solucionarlo?
De pronto,
se le iluminaron los ojos. En la paleta de colores, quedaba una gotita amarilla
de pintura que le había sobrado de pintar al canario. Se agachó, acarició la
cabecita del gorrión y le dijo con su dulce voz:
–
Levántate, amigo. Sólo me queda una gota amarilla, pero es para ti ¿Dónde
quieres que te la ponga?
El gorrión
se incorporó, se frotó los ojillos para enjugar sus lágrimas, y una enorme
emoción recorrió su cuerpo.
– ¡Aquí,
señora, en el pico!
La Madre
Naturaleza acercó un pincel redondo a su carita y dejó caer con suavidad la
pizca de pintura en el piquito, tal como era su deseo. El gorrión, batiendo las
alas a toda velocidad, se acercó a una charca para mirarse y se volvió loco de
contento al ver lo bien que le quedaba. Todo el bosque estalló en aplausos de
alegría. La Madre Naturaleza, por fin se despidió.
– Me voy,
pero si algún día volvéis a necesitar mi ayuda, contad conmigo ¡Hasta siempre,
queridos míos!
Desde ese
lejano día, los bosques no volvieron a ser los mismos, pues se llenaron de aves
de colores y de muchos gorriones que lucen una motita amarilla en su carita
¡Fijate bien la próxima vez que veas uno!
¿Les gustó la leyenda que leímos? a mí me encantó, díganme ¿cuál o cuáles de las aves les gustó más?